Primera Parte: Los Inicios
El día de hoy quiero llevarlos en un viaje retrospectivo que, quizás, resuene en las profundidades de sus propias vivencias. Cuando inicié mi vida laboral allá por 1985, mi experiencia se dispersó por una amplia gama de sectores. Trabajé en bancos, donde aprendí la rigidez y formalidad del mundo financiero. Jugué al emprendedor. También me sumergí en el ámbito educativo, y ahí comprendí el valor del conocimiento y la formación. Más adelante, me adentré en consultoras de negocio y fabricantes de tecnología, experiencias que me enseñaron sobre la vanguardia y la constante evolución del mercado.
En esa etapa, vivía bajo el cómodo paraguas del concepto tradicional de “trabajo seguro”. Ya saben a lo que me refiero: esa agradable sensación que nos envuelve cada quincena cuando el salario cae en nuestra cuenta bancaria. Era una existencia predecible y ordenada, pero, a pesar de ello, algo en mi interior no dejaba de inquietarme.
A lo largo de esos años, cada empleo era como un ladrillo más en la construcción de mi experiencia profesional que me fue llevando. Pero mientras iba colocando cada ladrillo, en el fondo de mi mente bullía una idea insistente, casi como un murmullo inaudible que con el tiempo se convirtió en un clamor imposible de ignorar. Ese clamor era la semilla de ser emprendedor, un anhelo de libertad y autonomía que no dejaba de rondarme.

Segunda Parte: Las Lecciones del Fracaso
A los 26 años, llevado por esa chispa de ser emprendedor que me consumía, decidí que era el momento de abrir mi propia empresa. ¿El giro? Jardinería. Sí, tal vez una decisión un tanto incongruente considerando mi experiencia en áreas más corporativas, pero ahí estaba yo, listo para convertirme en emprendedor y ser mi propio jefe. Cada peso que ingresaba lo gastaba tan rápido como entraba. Ah, la imprudencia de la juventud. No pasó mucho tiempo antes de que la realidad me diera un baño de agua fría: fracasé.
Fue un golpe duro para mi ego, pero también un despertar. Volví a la vida de empleado con una capa extra de madurez y una lección aprendida a las malas. En ese punto, comencé a enfocar mi energía y mis habilidades hacia el mundo de las ventas. Tal fue mi dedicación, que la experiencia me llevó más allá de las fronteras de mi país natal. Me encontré trabajando en Estados Unidos y en Argentina, expandiendo no solo mi currículum sino también mi comprensión del panorama comercial a nivel internacional.
Con cada nuevo puesto, una oportunidad para conocer una nueva faceta de Latinoamérica. Y mientras más viajaba, más especializado me volvía en mi área. Pasé de vender productos tangibles a intangibles. Con el tiempo, me convertí en una especie de mercader de soluciones: primero, capacitación y, posteriormente, tecnología de la información.
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Tercera Parte: El Punto de Inflexión
Para 2004, ya había labrado una sólida carrera en ventas. Había llegado a un punto en el que muchos dirían que tenía un “trabajo seguro”, pero ese término había empezado a perder su lustre para mí. ¿Por qué? Pues porque cada trimestre tenía que mover aproximadamente un millón de dólares en ventas para la empresa donde trabajaba. Y no piensen que era un camino de rosas; lograr esa cifra implicaba presiones constantes, largas jornadas laborales y viajes que me alejaban de lo que realmente importa en la vida.
Un día me miré al espejo y me di cuenta de algo perturbador: estaba sacrificando mi vida en el altar del “trabajo seguro”. ¿Para qué? Para cumplir con expectativas ajenas, para subir un escalón más en una escalera corporativa que parecía no tener fin.
Y justo cuando empezaba a replantearme todo, el destino intervino de la manera más inesperada: una fusión empresarial resultó en mi despido. Ahí estaba yo, con una liquidación en mi cuenta bancaria y un vacío existencial que no sabía cómo llenar. Fue una etapa oscura, llena de incertidumbre y autoreproches.
Dos meses más tarde, después de haber gastado toda mi liquidación, me sobrevino una revelación: “Si pude generar un millón de dólares en ventas para otra empresa, ¿por qué no podría hacerlo para la mía?” Este pensamiento cambió todo para mí. Las empresas a las que había aplicado me decían que estaba “pasado de edad”. ¿Pasado de edad? Tenía 36 años y una vida entera por delante. Fue ahí cuando decidí que era el momento de dejar de jugar según las reglas de otros y crear las mías propias.
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Cuarta Parte: El Despertar
Desempolvando mis viejos sueños de emprendimiento, decidí tomar el toro por los cuernos en 2005. Ya había experimentado con mi consultora de ventas desde 2001, pero hasta entonces había sido más un pasatiempo que una empresa seria. Esta vez, las circunstancias no me daban opción: tenía que vender mis cursos y demostrar mi valía no solo a mis clientes sino, más importante aún, a mí mismo.
Fue en ese entonces cuando entró en escena una figura clave en mi vida: mi tío Roger. A veces, el universo nos da empujones a través de las personas que menos esperamos, y para mí, ese empujón vino de mi tío. Con sus consejos y mentoría, tomé el control de mi destino y dejé de ver mi empresa como un ‘side hustle’ para convertirla en mi principal fuente de ingresos y en mi pasión.

No quiero que piensen que todo fue un lecho de rosas. No, el costo de la ignorancia y la inmadurez que arrastraba de mis primeros años en los negocios fue altísimo. Cometí errores, enfrenté obstáculos que parecían insuperables y hubo momentos en los que pensé en tirar la toalla. Pero no lo hice. Pagué el precio porque sabía que cada fracaso, cada revés, era una lección invaluable que me acercaba un paso más a donde quería estar.
Si bien aún no he logrado facturar un millón de dólares en un solo trimestre, puedo decir con orgullo que durante varios años he superado esa cifra en el ejercicio fiscal. ¿La clave? Resiliencia, trabajo duro y una voluntad inquebrantable de seguir aprendiendo y mejorando. No nacemos sabiendo cómo ser empresarios exitosos; lo aprendemos en el camino, generalmente a través del método más efectivo pero también más doloroso: el ensayo y error.

Quinta Parte: La Resurrección
Ser emprendedor es una montaña rusa emocional, no hay duda de eso. Pero es en los valles más bajos donde a menudo encontramos las pepitas de oro que se convierten en nuestras más grandes victorias. Con el tiempo, he aprendido que las oportunidades a menudo surgen de la necesidad; cuando estás acorralado, es cuando descubres realmente de qué estás hecho. Y créanme, cada uno de ustedes está hecho de algo mucho más fuerte y resiliente de lo que incluso se atreven a imaginar.
Comparto mi historia no porque quiera ser el centro de atención, sino porque sé que hay muchas personas por ahí que están en la posición en la que yo estaba: desesperadas, desorientadas, y llenas de miedo al fracaso. Quiero que sepan que ser emprendedor es, más que un riesgo, una increíble aventura que vale la pena vivir. Y sí, pueden fracasar en el camino, pero incluso esos fracasos serán una base sobre la que podrán construir algo aún más grande.
He tenido la fortuna de aconsejar y guiar a muchas personas que han decidido embarcarse en este emocionante viaje. ¿Y saben qué? Cada vez que lo hago, también aprendo algo nuevo. Esa es la belleza del mundo de los negocios: es un ecosistema de aprendizaje mutuo, donde cada interacción es una oportunidad para crecer, para ser mejor.

Hoy, aún me considero un eterno estudiante en la universidad de la vida. Aunque he logrado muchas de las metas que me propuse, el viaje está lejos de terminar. Hay más montañas que escalar, más ríos que cruzar, y más cielos que conquistar.
Al final del día, la vida es una serie de elecciones. Puedes optar por quedarte en tu zona de confort, donde todo es familiar y seguro, o puedes dar un paso fuera de ella y descubrir un mundo lleno de oportunidades y desafíos. Espero que mi historia te inspire a elegir lo segundo.
Mis conclusiones
Esta historia, que es la mía, la comparto con todos ustedes porque sé que hay mucha gente desesperada en búsqueda de empleo. Quiero decirles que ser emprendedor es algo asombroso que muchos no intentan por miedo. Pero a veces, la vida no te deja otra opción más que enfrentar tus temores y lanzarte al abismo.
Si alguno de ustedes está en ese cruce de caminos y necesita un empujón, estoy aquí para guiarlos en este emocionante pero desafiante viaje del emprendedor.
Recuerden: las oportunidades no se encuentran, se crean.
Iván Fernández De Lara
CEO Ventas Consultivas & Konzeppt Inbound Marketing
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